Cuando Li Po, murió, ahogado en las aguas del lago,
una noche que conducía temblando su barca,
mientras regresaba de la isla de las libaciones,
hubo un revuelo en el palacio y enorme tristeza
en los cuatro puntos cardinales del imperio.
Los gobernantes dispusieron entonces
que los escritos del gran poeta fuesen traducidos
a todos los idiomas conocidos, para que una multitud
de lectores conociese en el futuro el talento
del estupendo lírico y disfrutase de sus escritos.
A Kara Ya Nis, que había conocido las tierras
del gran Odiseo, le tocó en suerte precisa
trabajar con esos poemas que hablan de los gansos,
de las cortesanas hermosas como las nieves
del invierno, de las intrigas de los palaciegos,
de la hermosura de los amaneceres
y del paso inexorable del tiempo. Tenía
la rara habilidad de hacerlo mejor que todos
y con una rapidez asombrosa. Sus versiones griegas
eran muy hermosas. Parecía
que la lengua de Sófocles era su propio idioma, tanto
como el lenguaje chino que era el propio.
No fue premiado, como podría conjeturarse.
Mas bien les pareció un hechicero,
un brujo de la corte, asociado a las artes
de la nigromancia, a los dioses que viven
en el averno, debajo de las aguas torrentosas
del río Amarillo, que atraviesan todo el reino.
Fue condenado al destierro. Y ya que Grecia
tanto le gustaba, le fijaron por residencia
el puerto del Pireo, en las puertas de Atenas,
para que hablase todos los días
con el mismo espíritu de Homero,
con Platón y sus discípulos, con Edipo.
Pocos saben esta historia, pero está registrada
en documentos, escritos con una impecable
caligrafía china que ha llegado atravesando los siglos.