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Marco Martos Tres poemas para Sylvia Plath |
Marco Martos
Tres poemas para Sylvia Plath
El mar de Sylvia Plath
Frías, llenas de sal,
ondulantes colinas del Atlántico.
Mira: suspira el viento,
y al fondo muge el mar.
Repiqueteo, lluvia en el cristal.
Animal luminoso,
arañas sobre párpados cerrados,
los brillantes espejos,
la espuma casi en cielos,
latido maternal del agua azul.
Mar disuelto en la nada
abraza temeroso al bulto mundo,
entramado de playa
en lentes de los ojos,
agujero humeante en vasto sueño.
Las montañas de piedras
moradas entrechocan, crujen ruedas.
En hora de la siesta,
más despierta que nunca,
lúgubre, conversa con la esperanza.
Párpados de los vientos,
las luces moribundas tiemblan, brillan.
Pasan grandes ballenas
con los ojos abiertos.
Herida o muerta vive Sylvia Plath.
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Sylvia Plath |
Infancia de Sylvia Plath
El aliento del mar.
Sus luces. Patalea en corralito
de mimbre donde llueve
la sal azul del agua,
los fulgores del mar, estruendo mudo.
No sabe de naufragios,
ni de gritos ahogados en la noche,
ni de extrañas sirenas,
ni de barcos fantasmas
navegando en el fondo de la niebla.
Conoce blando légamo
donde caen las tazas de té chino
rotas en las cubiertas.
Recoge lo perdido,
atesora la astilla de lo hermoso.
Los gritos de gaviotas
en el malsano día de amarillo,
la maldad en los ojos,
mar de metal fundido,
infancia sepultada, maremoto.
La piedad es la piedra.
Erizo con sus púas para dentro,
la diferente estrella
de mares más oscuros,
camina en las cornisas de la nada.
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Sylvia Plath |
Tulipanes
Invierno, tulipanes.
Todo blanco, tranquilo, muy nevado.
Yace sobre pared
luz blanca de la mañana,
la claridad abriéndose en los ojos.
La dama despidiéndose
sin nombre, sin las ropas de lo bueno,
trabajo de enfermeras,
agujas, anestesias,
miradas distraídas, cirujanos,
estúpida pupila
debe absorberlo todo. Las blanquísimas
cofias van, día, noche.
Imposible contarlas,
mucha tarea, peso de lo inútil.
Separada del mundo
por los vidrios más sólidos,
mira fotografías
del marido, la hija,
pegadas a la pared, garfios sonrientes.
Sylvia Plath, monja pura,
zambúllese en sosiego, se deslumbra,
deja los tulipanes
rojos que la lastiman,
escoge el velo blanco de la muerte.
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