Darío Sztajnszrajber
La vida discurre entre cierta posibilidad de apropiarnos de nosotros
mismos y la presión social por conformarnos en el sujeto que se pretende
que uno sea. Aquello que Foucault describió magistralmente como el
sujeto sujetado, o sea aquel que se cree autónomo y que por ello no
puede vislumbrar que esas leyes que cree haber creado son siempre
creaciones previas. Aquel cuyo interés individual es conformado por
intereses de otros. Si el sujeto está sujeto, el problema es doble, ya
que no solo se trataría de la sujeción, sino además de la cuestión de la
normalización: no hay tal vez demarcación más funcional para todo orden
que la vara que delimita lo normal de lo anormal. ¿Alguien le sugeriría
a un hijo que en pos de su futuro se convierta en alguien anormal? ¿Hay
elecciones vocacionales que nos arrojarían al mundo de la anormalidad?
¿Hay carreras normales y anormales? ¿O la anomalía se produciría en el
caso extraño de elegir no optar por ninguna elección, cuando el mandato
social exige la necesidad de decidirse entre un sinfín de posibilidades
que el mercado institucional de carreras ofrece?
Primera
anomalía: no se puede no estudiar. Claro que “estudiar” se piensa aquí
como el ingreso en cualquiera de los dispositivos de educación superior,
excluyéndose de este modo toda otra implicación del verbo que no se
asocie a la obtención final de un título formal. ¿Pero se agota todo
estudio en las opciones que brindan las instituciones? No es fácil
definir qué significa estudiar. ¿Tiene que ver con la existencial,
contingente y humana búsqueda de sentido, o tiene que ver más bien con
encajar en algunos de los roles con los que el orden concibe el
desarrollo laboral de cualquier ciudadano para que una sociedad
funcione? Agamben asocia etimológicamente el estudio a un golpe que nos
deja estupefactos y nos saca de nosotros mismos en un ejercicio sin fin,
y por ello el estudio es interminable. Tal vez se trate del mismo
esquema problemático que pone en tensión al amor con el matrimonio, o a
la justicia con el derecho, o a la pregunta por si hay algo más con las
religiones institucionales. Podríamos incluso ampliarla a una ya
tradicional disputa entre la vocación y la profesión: ¿las instituciones
representan o encorsetan? Primera sugerencia a un hijo: la tensión no
se resuelve sino que se viven sus oscilaciones. No se puede no estudiar,
pero el deseo de sentido excede las opciones que se nos presentan.
Segunda anomalía: no hay mucha opción al error en la elección. Como se
instala la idea de que en la elección vocacional entra en juego la
identidad, entonces se supone que un joven al término de la secundaria
está definiendo su futuro. La presión social explota en ese tramo de la
vida: alguien que no sabe qué estudiar es rápidamente derivado al
régimen de tratamientos vocacionales que estarían denotando una
potencial crisis de identidad. Como si la identidad no fuese en sí misma
un estado de crisis permanente. Hay una -como mínimo- cuestionable
identificación entre la elección de una carrera y una concepción de la
identidad asociada al ser como algo definitivo: lo que estudio define lo
que soy. O sea, soy lo que estudio. De allí, una nueva sugerencia a un
hijo: se es muchas cosas. O como pensaba Nietzsche, el yo es un campo de
batalla entre diferentes fragmentos en conflicto. Lo único importante
es que ninguna de las tantas perspectivas se imponga como única.
Tercera anomalía: no se pueden disociar tanto la vocación y la profesión. Es que si así fuera, deberíamos aceptarnos en la más traumática esquizofrenia cultural: no se puede tener tan claro que uno no se dedica a lo que se supone que uno quiere. Pero una vez más; uno puede hacer muchas cosas al mismo tiempo: el tema es cómo. La mirada más conservadora busca sostener que las profesiones existentes expresan la totalidad de vocaciones. La mirada más revolucionaria sigue convencida de que el día después de la revolución toda vocación encontrará su cauce profesional. Pero en el medio tenemos que sugerirle una carrera a un hijo: hacé lo que quieras, lo único anormal es hacer algo en lo que no se cree.
Tercera anomalía: no se pueden disociar tanto la vocación y la profesión. Es que si así fuera, deberíamos aceptarnos en la más traumática esquizofrenia cultural: no se puede tener tan claro que uno no se dedica a lo que se supone que uno quiere. Pero una vez más; uno puede hacer muchas cosas al mismo tiempo: el tema es cómo. La mirada más conservadora busca sostener que las profesiones existentes expresan la totalidad de vocaciones. La mirada más revolucionaria sigue convencida de que el día después de la revolución toda vocación encontrará su cauce profesional. Pero en el medio tenemos que sugerirle una carrera a un hijo: hacé lo que quieras, lo único anormal es hacer algo en lo que no se cree.
Darío Sztajnszrajber es docente y divulgador de la filosofía
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De mis manos brotarán amapolas rojas como la sangre así quizás mi poesía sea eterna MI POESÍA SOY YO FANNY JEM WONG LIMA - PERÚ