viernes, abril 22, 2016

CITAS, FRASES, PENSAMIENTOS Y POEMAS ILUSTRADOS



Darío Sztajnszrajber
 
La vida discurre entre cierta posibilidad de apropiarnos de nosotros mismos y la presión social por conformarnos en el sujeto que se pretende que uno sea. Aquello que Foucault describió magistralmente como el sujeto sujetado, o sea aquel que se cree autónomo y que por ello no puede vislumbrar que esas leyes que cree haber creado son siempre creaciones previas. Aquel cuyo interés individual es conformado por intereses de otros. Si el sujeto está sujeto, el problema es doble, ya que no solo se trataría de la sujeción, sino además de la cuestión de la normalización: no hay tal vez demarcación más funcional para todo orden que la vara que delimita lo normal de lo anormal. ¿Alguien le sugeriría a un hijo que en pos de su futuro se convierta en alguien anormal? ¿Hay elecciones vocacionales que nos arrojarían al mundo de la anormalidad? ¿Hay carreras normales y anormales? ¿O la anomalía se produciría en el caso extraño de elegir no optar por ninguna elección, cuando el mandato social exige la necesidad de decidirse entre un sinfín de posibilidades que el mercado institucional de carreras ofrece?

Primera anomalía: no se puede no estudiar. Claro que “estudiar” se piensa aquí como el ingreso en cualquiera de los dispositivos de educación superior, excluyéndose de este modo toda otra implicación del verbo que no se asocie a la obtención final de un título formal. ¿Pero se agota todo estudio en las opciones que brindan las instituciones? No es fácil definir qué significa estudiar. ¿Tiene que ver con la existencial, contingente y humana búsqueda de sentido, o tiene que ver más bien con encajar en algunos de los roles con los que el orden concibe el desarrollo laboral de cualquier ciudadano para que una sociedad funcione? Agamben asocia etimológicamente el estudio a un golpe que nos deja estupefactos y nos saca de nosotros mismos en un ejercicio sin fin, y por ello el estudio es interminable. Tal vez se trate del mismo esquema problemático que pone en tensión al amor con el matrimonio, o a la justicia con el derecho, o a la pregunta por si hay algo más con las religiones institucionales. Podríamos incluso ampliarla a una ya tradicional disputa entre la vocación y la profesión: ¿las instituciones representan o encorsetan? Primera sugerencia a un hijo: la tensión no se resuelve sino que se viven sus oscilaciones. No se puede no estudiar, pero el deseo de sentido excede las opciones que se nos presentan.

Segunda anomalía: no hay mucha opción al error en la elección. Como se instala la idea de que en la elección vocacional entra en juego la identidad, entonces se supone que un joven al término de la secundaria está definiendo su futuro. La presión social explota en ese tramo de la vida: alguien que no sabe qué estudiar es rápidamente derivado al régimen de tratamientos vocacionales que estarían denotando una potencial crisis de identidad. Como si la identidad no fuese en sí misma un estado de crisis permanente. Hay una -como mínimo- cuestionable identificación entre la elección de una carrera y una concepción de la identidad asociada al ser como algo definitivo: lo que estudio define lo que soy. O sea, soy lo que estudio. De allí, una nueva sugerencia a un hijo: se es muchas cosas. O como pensaba Nietzsche, el yo es un campo de batalla entre diferentes fragmentos en conflicto. Lo único importante es que ninguna de las tantas perspectivas se imponga como única.

Tercera anomalía: no se pueden disociar tanto la vocación y la profesión. Es que si así fuera, deberíamos aceptarnos en la más traumática esquizofrenia cultural: no se puede tener tan claro que uno no se dedica a lo que se supone que uno quiere. Pero una vez más; uno puede hacer muchas cosas al mismo tiempo: el tema es cómo. La mirada más conservadora busca sostener que las profesiones existentes expresan la totalidad de vocaciones. La mirada más revolucionaria sigue convencida de que el día después de la revolución toda vocación encontrará su cauce profesional. Pero en el medio tenemos que sugerirle una carrera a un hijo: hacé lo que quieras, lo único anormal es hacer algo en lo que no se cree.

Darío Sztajnszrajber es docente y divulgador de la filosofía
 
 


































 




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