lunes, mayo 06, 2013

IMÁGENES DEL DIA DE LA MADRE 05


Dulzura, de Gabriela Mistral

Madrecita mía,
madrecita tierna,
déjame decirte
dulzuras extremas.

Es tuyo mi cuerpo
que juntaste en ramo,
deja revolverlo
sobre tu regazo.

Juega tú a ser hoja
y yo a ser rocío,
y en tus brazos locos
tenme suspendido.

Madrecita mía,
todito mi mundo,
déjame decirte
los cariños sumos.



Cuando sea grande, de Álvaro Yunque

Mamá: cuando sea grande
voy a hacer una escalera
tan alta que llegue al cielo
para ir a coger estrellas.

Me llenaré los bolsillos
de estrellas y de cometas,
y bajaré a repartirlos
a los chicos de la escuela.

Para ti voy a traerte,
mamita, la luna llena,
para que alumbre la casa
sin gastar en luz eléctrica.


A mi madre, de Edgar Allan Poe

Porque creo que en los cielos, arriba,
los ángeles que uno a otro se susurran
no hallan entre sus palabras de amor
ninguna tan devota como “Madre”,

desde siempre te he dado yo ese nombre,
tú que eres más que madre para mí
y llenas mi corazón, donde la muerte
te puso, libre el alma de Virginia.

Mi propia madre, que murió muy pronto
no era más que mi madre, pero tú
eres la madre de a quien yo quería,

y así eres más querida tú que aquella,
igual que, infinitamente, a mi esposa
amaba más mi alma que a sí misma.



Amor, de Pablo Neruda

Mujer, yo hubiera sido tu hijo, por beberte
la leche de los senos como de un manantial,
por mirarte y sentirte a mi lado y tenerte
en la risa de oro y la voz de cristal.

Por sentirte en mis venas como Dios en los ríos
y adorarte en los tristes huesos de polvo y cal,
porque tu ser pasará sin pena al lado mío
y ¿saliera en la estrofa? Limpio de todo mal.

Cómo sabría amarte, mujer, cómo sabría
amarte, ¡amarte como nadie supo jamás!
Morir y todavía amarte más.
Y todavía amarte más y más.


Consejo maternal, de Olegario Víctor Andrade

Ven para acá, me dijo dulcemente
mi madre cierto día,
(aún me parece que escucho en el ambiente
de su voz la celeste melodía).

Ven y dime qué causas tan extrañas
te arrancan esa lágrima, hijo mío,
que cuelga de tus trémulas pestañas
como gota cuajada de rocío.

Tú tienes una pena y me la ocultas:
¿no sabes que la madre más sencilla
sabe leer en el alma de sus hijos
como tú en la cartilla?

¿Quieres que te adivine lo que sientes?
Ven para acá, pilluelo,
que con un par de besos en la frente
disiparé las nubes de tu cielo.

Yo prorrumpí a llorar. Nada, le dije,
las causa de mis lágrimas ignoro;
pero de vez en cuando se me oprime
el corazón, y ¡lloro!...

Ella inclinó la frente pensativa,
se turbó su pupila,
y enjugando sus ojos y los míos,
me dijo más tranquila:

Llama siempre a tu madre cuando sufras
que vendrá muerta o viva:
si está en el mundo a compartir tus penas,
y si no, a consolarte desde arriba.

Y lo hago así cuando la suerte ruda
como hoy perturba de mi hogar la calma,
invoco el nombre de mi madre amada,
¡y entonces siento que se ensancha mi alma!



Caricia, de Gabriela Mistral

Madre, madre, tú me besas,
pero yo te beso más,
y el enjambre de mis besos
no te deja ni mirar...

Si la abeja se entra al lirio,
no se siente su aletear.
Cuando escondes a tu hijito
ni se le oye respirar...

Yo te miro, yo te miro
sin cansarme de mirar,
y qué lindo niño veo
a tus ojos asomar...

El estanque copia todo
lo que tú mirando estás;
pero tú en las niñas tienes
a tu hijo y nada más.

Los ojitos que me diste
me los tengo de gastar
en seguirte por los valles,
por el cielo y por el mar...



















































































































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